Alguien ha dicho irónicamente que el gran mérito de la Iglesia Católica –si es que tiene alguno- ha sido el de haber hecho agradable el sexo prohibiéndolo. Y otro dijo por ahí que “entre broma y broma, la verdad se asoma” y es que al parecer hay bastante de verdad en el hecho de que el comportamiento sexual parece también necesitar de limites, y que la falta de estos, en algunas personas puede resultar contraproducente. En el sexo como en otras conductas, existe un equilibrio entre autocontrol y pérdida de control. Si cualquiera de los dos es excesivo; el comportamiento se convierte en disfuncional.
“Es como si la naturaleza humana se tuviese que mover entre el nivel expresivo de los programas neurobiológicos (su componente animal) y el nivel expresivo de los comportamientos que regulan, inhiben y modulan estos programas. Esto no es nada extraño, si se conoce la lógica paradójica del comportamiento humano: ordenar a alguien un acto espontáneo significa ya impedirle que lo lleve a cabo (mientras que muy a menudo prohibirlo significa provocarlo).”
“Podremos decir que cuando el sexo era considerado un infierno, las prohibiciones lo hacían de alguna forma más agradable; cuando se lo considera un paraíso que alcanzar a toda costa, dicha obligación ha asumido para muchas personas características bastante poco paradisíacas. En efecto, si era fácil esperarse que del prohibicionismo sexual se derivasen formas de compensación más bien morbosas, es fácil también esperarse que de la obligación sexual se origine la incapacidad de su plena realización.”
Texto basado y citando: “La mente contra la naturaleza. Terapia breve estratégica para los problemas sexuales”. G. Nardone & M. Rampin.
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